En “Pepe”, su segundo LP, Futnes abrió una puerta a un refugio íntimo en medio del ruido cotidiano. No fue un disco que llegara con estruendo, sino con la delicadeza de alguien que se sienta a tu lado y, sin darse importancia, empieza a poner en palabras cosas que pensabas que solo tú sentías: las ausencias que pesan, el crecimiento que duele, los lazos que se sostienen con paciencia y cariño.
El corazón del álbum latía desde una sensibilidad indie folk que se expandía hacia territorios más amplios. Guitarras cálidas, texturas acústicas y arreglos electrónicos sutiles convivían sin competir, construyendo paisajes que sonaban tanto a habitación en penumbra como a camino abierto. “Pepe” no parecía pensado para oírse de fondo: era un disco que se habitaba, que se dejaba andar por dentro hasta que cada canción encontraba el rincón emocional donde acomodarse.
Las colaboraciones no entraban como invitados de lujo, sino como cómplices naturales de ese universo. Bronko Yotte, Simonia y Alfilera no solo sumaban voces: amplificaban el gesto de Futnes de entender la música como un espacio de encuentro. Entre todos dibujaban una idea clara: la ternura también podía ser una postura política, una forma de resistencia frente a la dureza que se normaliza demasiado fácil.
Canción tras canción, “Pepe” se sentía cercano a la tradición de la trova y al mismo tiempo muy presente en su época: letras que miraban de frente la vulnerabilidad, arreglos que jugaban con recursos contemporáneos sin perder la raíz, momentos de silencio tan importantes como los estribillos. Había algo profundamente humano en la manera en que el disco acompañaba el error, el aprendizaje y la fragilidad sin juzgar, solo sosteniendo.
Con la presentación en vivo ya realizada, “Pepe” dejó de ser solo un viaje interior para convertirse en experiencia compartida. La noche en Sala SCD Bellavista se vivió como un encuentro cálido: un lugar donde las canciones respiraron junto a quienes las habían hecho parte de sus días, y donde el indie y la poesía se tomaron de la mano sin pose. Más que un show, fue una pequeña ceremonia honesta en torno a eso que el disco proponía: bajar las defensas un rato y permitirse sentir.
Acercarse a “Pepe” fue, y sigue siendo, abrir un diario sonoro que no pretende dar lecciones, sino ofrecer compañía. Un espacio donde la tristeza es comprendida, la dulzura no es motivo de vergüenza y el único requisito es llegar con la disposición de estar presente. Futnes no pidió nada a cambio, salvo quizás eso: la voluntad de escuchar con todo el cuerpo y dejar que el álbum hiciera su trabajo silencioso.
